sábado, febrero 23, 2013

Cazadores en la nieve (Jagers in de Sneeuw), de Pieter Brueghel.


El análisis de Valeriano Bozal: el silencio del frío.

El ilustre crítico de arte Valeriano Bozal publicó en Abada editores en el año 2010 una interesante monografía sobre el pintor Pieter Bruegel subtitulada "Triunfos, muerte y vida". Tras un apasionante recorrido por las diferentes etapas del pintor, casi al final del volumen nos encontramos con uno de los más hermosos cuadros del artista flamenco del siglo XVI: Los cazadores en la nieve (invierno), de 1565, actualmente en el Kunsthistorisches Museum de Viena.
Pieter Brueghel nació cerca de Breda en 1525, y murió en Bruselas en 1569. Bozal pone en duda que la ciudad natal sea la pequeña población de Bruegel. Rose Marie y Rainer Hagen también escriben: "No se sabe con exactitud ni el lugar ni la fecha de nacimiento de Bruegel. Entonces no existía un registro civil, y sólo por excepción llevaban las iglesias un registro de bautismos."
Como bien indica Valeriano Bozal Fernández, nacido en Madrid en 1940, los historiadores (un historiador citando a historiadores en genérico) “suelen distinguir tres etapas en la evolución de la obra de Bruegel. En la primera predominan los grabados, los paisajes de tipo panorámico y las pinturas sobre tabla con temas populares realizadas entre 1552 y 1560”. A esta etapa pertenecen Proverbios flamencos, Juegos de niños, y la extraordinaria composición La caída de Ícaro (según Bozal de atribución dudosa, hoy día en Bruselas).
Es en la segunda etapa cuando Bruegel pintó sus cuadros más famosos como son El triunfo de la muerte (El Prado), La caída de los ángeles rebeldes (Bruselas) o la Subida al calvario (en Viena). Bozal aprecia una clara inflexión en la obra del pintor, según él “la violencia es el rasgo característico”, y las figuras monstruosas adquieren un aire grotesco más que cómico. La influencia de El Bosco es aún aquí bastante marcada.
Es a la tercera etapa a la que pertenece el cuadro que nos ocupa, Los cazadores en la nieve, así como el resto de la serie denominada los momentos del año (Día tormentoso, Cosecha de heno, Siega, y La vuelta del ganado). Esta etapa comprende los años que van de 1565 a 1569 y es cuando pinta también cuadros tan emblemáticos como La parábola de los ciegos, Boda de campesinos y Baile de campesinos. Es una época en la que Bruegel pinta motivos campesinos y donde las figuras van ganando en volumen y los rostros adquieren rasgos propios –“tendencia a la expresión individual”, dice Bozal- que antes no tenían.
No obstante, el propio Bozal no las tiene todas consigo, y confiesa que el límite entre los diferentes momentos no es conciso, ya que existen “orientaciones y propósitos de orden muy diverso, en la que conviven restos de lenguajes e ideas destinados a desaparecer con otros que reviven y adquieren una fisonomía original”. El manierismo goticista se encuentra con el manierismo renacentista procedente de Italia, y en Bruegel este encuentro se realiza gradualmente, de ahí la dificultad aludida por Bozal.
Ve Bozal claras diferencias –y también similitudes: espacio elevado, figuras de mayor escala en primer plano, paisaje en la lontananza- entre los Cazadores y el resto de pinturas de los momentos del año. Para él es el cuadro más conseguido de la serie y una de las obras maestras de Pieter Bruegel, aparte de contener uno de los paisajes más hermosos de toda la pintura occidental. La escena se divide en diferentes planos, el primero colocado en altozano, como sucedía en Día oscuro y La vuelta del ganado. Aunque Bozal no lo especifica observo que curiosamente sea quizás el único cuadro de Bruegel donde no es visible ningún rostro humano, bien por tratarse de figuras alejadas, bien de espaldas, bien ocultas por la sombra del crepúsculo que se cierne. Este hecho se opone a una de las características evolutivas ya presente en la segunda etapa y que hemos mencionado como es la expresión individual.
figuras recortadas
El protagonismo del primer plano lo ostentan los tres cazadores –me remito al título- que regresan con una exigua caza –este hecho, el del protagonismo, se verá cuestionado a lo largo del comentario, como veremos-, y seguidos por multitud de perros, algunos de ellos, dibujados con poco verismo, según Bozal –y este primitivismo de algunas figuras es resaltado a lo largo del texto, como más presente que en otros cuadros de la serie.
Dejando a un lado el fabuloso estudio de Bozal, se ven dos figuras principales –una tercera apenas visible por servirle de fondo un arbusto oscuro, lo que propicia que veamos tan sólo con nitidez unas piernas caminando sobre la nieve, reproducción mediante, pues no he tenido el placer de estar en Viena- con aspecto fatigoso –a la dificutad que supone caminar sobre la nieve durante todo el día, la profundidad de las huellas así lo delata, se añade la circunstancia de haber sido una jornada poco prolífica en piezas, nada menos que trece perros para cazar lo que para los Hagen es un zorro, y que lleva colgado a su espalda el cazador que parece dirigir la operación, aún yendo en segundo lugar. Los cazadores –“figuras recortadas”, dice Bozal, lo cual redunda en la idea del primitivismo y falta de volumen en las figuras presentes en este cuadro- comienzan a descender la colina que precede al valle donde se asienta el pueblo y dos lagunas heladas –vemos otra población al fondo a la izquierda-. Los cazadores parecen ir sorteando a los árboles, colocados a modo de piezas de ajedrez, unos y otros, de forma que no sabemos si son los árboles los que sortean a los cazadores o estos a los árboles –pueden pensar que no recuerdan haber leído una tontería más grande que ésta, pero tengan en cuenta que para el pintor tanto árboles como cazadores son figuras de similar importancia espacial, e intentan no coincidir en la misma dirección espacial para no estorbarse visualmente, y no habrá pintado unos sin haber tenido en cuenta la posición de los otros, el hecho de que unos sorteen a otros o al revés dependerá del orden en que fueron pintados, cosa que desconocemos (o bien porque si los cazadores no esquivan a los árboles terminarán estampándose contra ellos, así mirado es otra posibilidad, pero menos rebuscada).
Bozal llama la atención sobre un detalle maravilloso (¡me encanta!), el filo superior blanco de las ramas que delatan el acumulo de nieve. A escasos centímetros de las figuras principales, abajo a la derecha, pero en la lejanía, vemos a dos campesinas jugando al trineo sobre el hielo –ahí está la magia de Bruegel, un corte lineal abrupto de montaña separa enormes cazadores de diminutas jóvenes en pocos centímetros de lienzo-, y Bozal nos avisa de la señora que cruza el puente con un porte sobre la espalda. En realidad se podría llamar la atención sobre numerosas figuras de pequeño tamaño pero de actividad inequívoca.
No quisiera dejar de incidir en la gran paradoja de estilo de este cuadro. Para Bozal supone un avance evidente en la evolución de Bruegel –el mejor de los momentos del año-, sin embargo hay características –por él mismo reconocidas- que denotan un espíritu renacentista poco evolucionado, como son las ya comentadas figuras poco voluminosas y la evitación del rostro humano.
Pero veamos por qué Bozal la considera una obra superior al resto de momentos del año. Escribe el crítico: “Creo que es el acusado contraste entre, por una parte, las figuras de los cazadores y los aldeanos, los árboles, los tejados y las chimeneas de las casas, las aves, los perros, los arbustos, etc., y por otra, el espacio nevado y el cielo brumoso el factor fundamental en la fascinación que la obra produce.” Esto es muy lírico, pero no veo el contraste, de hecho creo que el gran logro de este cuadro es la total integración de figuras y paisaje. También escribe que la “sucesión de árboles, cazadores y perros, casa a la izquierda, conducen nuestra mirada directamente desde esta escena a las que se encuentran en planos sucesivos”. Con lo cual no sabemos si cazadores, perros, casas,…, crean contraste con el espacio, o los cazadores, perros, casas,…, dirigen la mirada a planos sucesivos, es decir, hacia el paisaje del fondo. Parece que las dos cosas son compatibles –el contraste comentado no desvía la atención sobre la mirada dirigida. Recuerdo haber visto algunas de esas gráficas que describen la dirección de la mirada del espectador. Créanme, era imposible deducir casi nada de aquello.
Manfred Mundram incluso ve en Bruegel un visionario ya que escribe que “el desarrollo continuo del paisaje –desde el borde anterior del cuadro y la fusión de los planos- será uno de los grandes logros de la pintura barroca”. No sé si: a) Bruegel se adelanta al barroco con esta innovación espacial; b) Mundram confunde Barroco con Renacimiento, época a la que pertenece Bruegel. Si es la primera opción pensaremos que el “gran logro” del barroco no debió serlo tanto cuando Bruegel ya lo utilizó unas décadas antes. Si es la segunda opción, Mundram debería dimitir, no sé de dónde pero dimitir, al fin y al cabo. Para salir de dudas acudo a la Historia del Arte de Anaya, una referencia académica. En ella se dice de Bruegel: "... dedica su actividad a reproducir la vida cotidiana con matices de ironía y, a veces, de desbordada imaginación que lo emparenta con El Bosco, y en otros casos anuncian aspectos de la pintura del siglo XVII". Supongo que uno de esos anuncios es el "desarrollo del paisaje continuo".
También se permite Mundram especular acerca del logro compositivo gracias a las líneas verticales, oblicuas, ascendentes y descendentes (¡le faltó las horizontales!). Observa una clara “diagonal subrayada, que lleva desde la jauría de perros de la parte inferior izquierda a los macizos rocosos de la superior derecha”. Recuerdo en este punto aquel estudio de Vicenc Furió que venía a decir más o menos que cuando a un crítico se le pone sacar imaginarias líneas geométricas en la composición de un lienzo no hay quien lo detenga -casi de cualquier cuadro se pueden sonsacar este tipo de geometrizaciones sin significar nada por ello. Pero quizás lo más decisivo que escriba Mundram sea que “el tema principal es el paisaje”, y que las escenas –los cazadores con sus perros, los patinadores- no son más que aditamentos. Se atreve incluso con una ucronía: “aunque no hubiera ninguna figura, el espectador asociaría inmediatamente las superficies y las cimas de las montañas cubiertas de nieve con el invierno.” También tendrá algo que ver que el cuadro se subtitule ¡“(invierno)”! Sí, definitivamente ese detalle da muchas pistas al espectador. Esta idea también la arguye Bozal, indicando que, a pesar de que sólo uno de los perros va encalcetado, enseguida podemos deducir que estamos en invierno gracias al paisaje nevado. También los Hagen escriben que no son los cazadores quienes nos dicen que es invierno, “sino ante todo la naturaleza, los colores del cielo, de la nieve y de las aguas heladas”. No sé ustedes pero yo pienso si este razonamiento no será tan banal como gratuito. Es decir, el razonamiento lógico sería plantear que, incluso sin la presencia de la nieve, otros factores harían comprender al espectador que el momento representado es el invierno –en todos lados no nieva en invierno, incluso en los sitios donde suele nevar en invierno no nieva todo el tiempo, lo cual nos lleva a pensar que la presencia de nieve no es condición sine qua non para que sea invierno-. Igualmente la nieve no implica invierno, recordemos la novela de Mishima Nieve de primavera -si bien sería realmente extraño que la nieve cuaje en el sentido que está representada en el cuadro en una estación diferente al invierno, salvo hecatombe nuclear.
Con preocupación advierto que los críticos pasan de la observación más ridícula (el espectador sabe que es invierno porque hay nieve) a la más críptica e imponderable (diagonales imaginarias, dirección de la mirada, contrastes de dudosa demostración).
un grajo nos revela profundidad
Wundram le da algún valor a una figura cuando elogia la gran maestría del artista “dando profundidad –pájaro en pleno vuelo- a un paisaje que, a pesar de la riqueza de detalles, parece vacío.” ¿Qué querrá decir con vacío? Quizás se refiera al diáfano espacio aéreo que nos permite ver hasta las cumbres más distantes con total claridad. Pero él sólo dice que parece vacío.
No obstante, ¡albricias!, Bozal confiesa: “No estoy muy seguro, a pesar de lo dicho, de que los citados sean los únicos recursos”. Habla sobre la diferencia existente entre el primer espacio y el paisaje en los otros cuadros de la serie, y que en los Cazadores “la continuidad permite hablar de una experiencia visual”. Ya estamos utilizando herramientas imperceptibles. De nuevo con preocupación advierto que los críticos pasan de la confesión más entrañable (definitivamente no estoy seguro de nada de lo que he dicho hasta ahora) a la afirmación más subjetiva posible (“la experiencia visual”). Centrémonos unos segundos en la “experiencia visual”. Toda admiración de una obra maestra puede ser una experiencia visual. No distingo entre la experiencia visual –como experiencia visual, no como contenido de esa experiencia visual que, evidentemente, presentará grados y efectos múltiples- entre ver La caída de Ícaro y Los cazadores, entre un Altdorfer y El jardín de las delicias. Y sin ir más lejos, las experiencias visuales que producen los distintos cuadros de la serie los momentos del año de Bruegel me parecen bastante similares. Pero bueno, yo solo soy un diletante, qué puedo decir.
Sigue Bozal: “la razón estriba en la nieve que protagoniza la obra”. Con consternación observo cómo el protagonismo del cuadro pasará de un motivo a otro sin reparar en el desconcierto del espectador que claramente demanda un diagnóstico definitivo (cazadores -¡yo dije los cazadores!-, el paisaje, la actividad humana, ahora la nieve…)
Pero insistamos a Bozal para que nos explique la superioridad de los Cazadores. Según él ésta radica en que el cuadro “nos ofrece una experiencia de la naturaleza superior a la que es propia de las restantes pinturas sobre los momentos del año, una experiencia de la naturaleza que perdurará con el paso de los tiempos, en la cual no se idealiza sino que se percibe su belleza (natural).”
Desconfío de este último argumento: la belleza no idealizada, natural. Si Bruegel ha conseguido una belleza natural no idealizada, digamos que es una belleza natural ideal, luego ¿idealizada? Este pensamiento nos acerca al oxímoron, la belleza –una idea- natural –lo concreto. Por otro lado, y siendo respetuosos con la mera observación, no es fácil identificar el paisaje montañoso del fondo, por ejemplo, con un paisaje natural, cuando lo más probable es que saliera de la mente de Bruegel, combinando algunos paisajes esbozados en su viaje a Italia. Si su apariencia es de una naturalidad perfecta –Bozal apuesta por una representación de “fenómenos concretos de la vida cotidiana”, y no idea de vida.-, ¿quiere decir Bozal que la representación de un fenómeno concreto de la vida cotidiana que no contenga todos los rasgos comunes de un fenómeno concreto, lo cual es lo más habitual pues lo contrario sería un fenómeno concreto de la vida cotidiana ideal, será insuficientemente “no ideal”?
Pero atención, adentrándonos en el texto averiguamos que Bozal ve en este cuadro algo más allá de los personajes, más allá de la naturaleza ideal –ahora utiliza el término que evitaba antes.
No contento con esto último escribe más adelante acerca de la diversidad de atmósferas, “dominadas en su conjunto por el silencio del frío, el silencio común del blanco que define en todos los casos la relación de cada una de las figuras con el espacio.” Luego el contraste –leamos ruptura- anteriormente aludida –entre figuras y paisaje- se ha diluido –o bien se olvidó de lo que había escrito dos páginas atrás.
Bozal ve en el silencio al gran protagonista del cuadro (¡demonios, otro protagonista!, y van…): “La nieve y el hielo son fríos, frío es también ese cielo invernal, pero el blanco que lo domina todo es la razón de un silencio que Bruegel ha sabido transmitirnos mejor que cualquier artista.” Lo que empezaba como un discurso propio de Barrio Sésamo deriva en una afirmación indemostrable, el hecho de que Bruegel haya pintado el silencio mejor que nadie. Aclara Bozal que los ruidos reflejados (los niños jugando, los hombres que hablan, los perros que ladran) “no hacen más que destacar el silencio de la naturaleza, un silencio que se extiende en lontananza, que lo invade todo perfilando con mayor precisión todos y cada uno de los motivos: lejos de extinguirla, el frío es testimonio de vida.”

quemando ¿rastrojos?
Me quedo pensando: silencio de la naturaleza, ruido humano, ruido humano que pone de relieve el silencio de la naturaleza. Luego pienso en la siega, en el silencio de la media tarde agosteña, de los segadores tumbados, rumiando una siesta, ¿acaso no es el mismo silencio? ¿Por qué se empeñará Bozal en identificar el silencio de la naturaleza con el silencio de la nieve y el frío? ¿Qué silencio puede ser más llamativo que el de una tarde veraniega con cuarenta grados y las chicharras emitiendo ese sonido que sólo dios sabe cómo se denomina –es decir, el de La siega? –las chicharras que evidencian el silencio de la tarde, siguiendo la teoría de Bozal. Reflexionemos sobre el tema del silencio: pensemos en que los cazadores vienen del bosque, donde realmente es el ruido de la naturaleza el único que perturba el silencio. Cuando aparecen en lo alto de la colina ya pueden divisar el poblado, las primeras casas, así escuchan el crepitar de rastrojos –vale, digámoslo ya, ¿por qué demonios están quemando rastrojos junto a la puerta de sus casas? ¿quién dice que son rastrojos lo que queman, acaso no hay un tipo echando una mesa al fuego?-, los gritos a modo de susurro o eco de los niños jugando, el alborozo de los patinadores, etc…, en fin, el llamado ruido de la civilización –no obstante muy lejos del actual ruido de la civilización, compuesto por acelerones de coches deportivos, motos con el tubo de escape recortado, equipos de música con subwoofer, sirenas de policía y demás, etc.-. Luego lo que el cuadro está representando no es precisamente el silencio de la naturaleza sino el sonido de la vida del pueblo, esa vida que descubren los cazadores recién salidos del bosque después de estar toda la jornada inmersos en esa silenciosa naturaleza –quizás hartos de escucharse unos a otros y sumidos ya en la mudez.
juegos sobre el hielo
Aún siendo el paisaje montañoso del fondo algo excepcional –no sé si el mejor paisaje de la historia en Occidente como dice Bozal-, y la escena principal el primer plano con los cazadores –si bien esto ah quedado en entredicho- y los campesinos a un lado quemando rastrojos o lo que sea –en un segundo plano-, podemos reparar en un tema también principal en la pintura aunque se ve a la lejanía y con poca resolución –contrariando la tesis de Mundram y de Bozal-. Me refiero al de los campesinos patinando y jugando en las lagunas heladas, un tema que anticipa las que serán exquisitas y virtuosas escenas de Hendrick Avercamp (por ejemplo, Winterlandschap met ijsvermaak, en el Rijksmuseum de Ámsterdam), las cuales, según Nadeije Laneyrie Dagen, “muestran estanques helados donde patinan los ciudadanos de la república sin ninguna distinción de clase”.

Hendrick Avercamp. Winterlandschap met ijsvermaak,

Hay un rasgo de la pintura que a mi es la que más me fascina y sobre la que ya he comentado algo. Bozal también lo señala. Esos cazadores regresan de cazar. Pudiéramos preguntarnos si no están en plena jornada y atraviesan una población intermedia de su ruta, o si en realidad no estarán partiendo o acaban de comenzar la jornada –sólo llevan una pieza identificable-. Pero no lo hacemos. El gesto cabizbajo, las figuras agachadas, cansadas, de los cazadores manifiestan el cansancio del que vuelve. H.W. Janson en su Historia general del arte titula este cuadro como El regreso de los cazadores (1565, tabla 1,16 m x 1,61 m), y lo justifica como resultado de su viaje al sur, en concreto a Roma, Nápoles y el estrecho de Mesina, durante el cual realizó numerosos dibujos de paisajes. Para Janson el objeto de estos cuadros de los momentos del año es -¿nos sacará de dudas?-: la naturaleza. Para él “la naturaleza es algo más que un escenario para las actividades humanas, es el motivo principal del cuadro. Los hombres, en sus ocupaciones agrícolas, son meros incidentes dentro del ciclo anual del morir y renacer que constituye el ritmo respiratorio del cosmos.” Iba bien Janson hasta que escribió ¡ritmo respiratorio del cosmos! (no sé por qué me imagino a David Foster Wallace teorizando al respecto de estas expresiones).
Sólo voy a realizar una última observación –quizás absurda- con respecto al motivo del cuadro. ¿Será difícil suponer que el motivo del cuadro Cazadores en la nieve (invierno), perteneciente al ciclo Momentos del año sea, ¡ta-chán! el…¡invierno!? Ya sé, sólo escribo obviedades.

¡pillé una sombra!
Otro tema que me viene según contemplo a los Cazadores: el sol. Sabemos que es el fin de la jornada. El sol debe estar poniéndose pero no vemos el disco solar ocultándose. Sin embargo la escena está iluminada a pesar de que el día parece gris –no lo suficientemente nublado para dejar de ver en lontananza-. La primera idea es que los cazadores vienen de Norte a Sur y el sol se está poniendo a su derecha. Si vinieran del sur el sol se estaría poniendo a su izquierda y las primeras casa harían sombra. El caso es que el cuadro no presenta sombra alguna. Una leve sombra en las bases del puente sobre el agua helada nos indica que el sol debe estar poniéndose frente a los cazadores, pero no lo vemos. En ese caso los cazadores vendrían desde el este y veríamos los últimos destellos solares tras las montañas del fondo. Ambas opciones son incompatibles. La conclusión definitiva es que el cuadro Cazadores no tiene sol.
Justo después de leer este párrafo -¡es cierto!- consulto la monografía de Rose Marie y Rainer Hagen: “No hay ninguna sombra, el sol se ha puesto ya o se ha ocultado tras una nube”. Esta teoría la refrendan los Hagen observando los colores utilizados por Bruegel:”dos colores fríos dominan la escena, el blanco de la nieve y el pálido verdiazul del cielo y del agua congelada”. Según ellos todo lo animado presenta colores oscuros, contraviniendo la idea de que el color es vida. En definitiva, un cuadro lleno de contradicciones –sinónimo de riqueza visual y temática-.
Como colofón a su comentario sobre Cazadores en la nieve Bozal escribe: “Bruegel está seguro de lo que pinta: el invierno no es ya, contra el tópico, la muerte, es el triunfo de la vida.” Convirtiendo a este Cazadores en la nieve –de forma elíptica y casi malabarística- en la antítesis de El triunfo de la muerte.
Por último me gustaría mencionar el antecedente histórico de los momentos del día de Bruegel. Se trata de las ilustraciones que hicieran los hermanos Limbourg para el libro de horas Las muy ricas horas del Duque de Berry, datado entre 1411 y 1416 y que se conserva en el Museo Condé de Chantilly. Estas ilustraciones son citadas por Bozal y por los Hagen.
Tres Riches Heures du Duc de Berry. Febrero

domingo, febrero 10, 2013

Rinus Van de Velde. CAC Málaga.


RINUS VAN DE VELDE. 
Obsesión por el arte contemporáneo.
Después de una temporada sin pasar por el museo malagueño de arte contemporáneo me animo para ir a ver la nueva -y primera en España- exposición de Rinus Van de Velde.
Llego a taquilla y me dan la entrada 817749. Como saben la entrada al CAC es gratuita, lo cual no es obstáculo para que las salas presenten una imagen semidesierta –hay más azafatas, en corrillo, que público-.
La muestra del belga, nacido en 1983, Rinus Van de Velde, comprende doce lienzos –autorretratos- al carboncillo y de gran formato, excepto el que abre la exposición. Según la hoja informativa del centro: "En la exposición que presenta el CAC Málaga se podrán ver dibujos en blanco y negro inéditos realizados con carboncillo sobre lienzo, que a su vez están basados en fotografías captadas con anterioridad"

Nº 1. Autorretrato como minero. Carboncillo sobre lienzo, 50cmx70cm. En él el autor pretende evocar la rutina cotidiana del artista, nos confiesa que no le gusta lavarse con champú porque prefiere el brillo natural de la grasa, que cuando se ducha un chorro de tinta negra se le desprende de los cabellos, que lleva una gorra en lugar de casco con lámpara como los mineros para protegerse la cabeza. Con la mirada extraviada después de un día de trabajo, el autor se justifica diciendo que "mirar a la oscuridad en estado catatónico es parte de su trabajo", y se considera un minero de la psique, ya que se abre camino “a través de una masa de carboncillo, arriesgando mi ego para convertirme en una impronta de mi trabajo en un dibujo de mis dibujos”.
Nº2. Autor como Sir Isaac Newton joven. Aquí se ve al autor con el torso desnudo instilándose unas gotas de un colirio, “representado como un héroe excéntrico que lleva a cabo experimentos consigo mismo para obtener un avance en el campo de la óptica”. En el bote ha puesto pintura de distintos colores para descubrir qué tipo de alteración visual le provocarán, en lo que él denomina como cierto tipo de action painting, desarrollando una especie de “óptica del yo”. Se elude mencionar las consecuencias del experimento.
Nº3. Autorretrato como héroe del tenis.
El artista explica el porqué de su renuncia a la posibilidad de haberse convertido en un tenista de élite. Según él, aptitudes nunca le habían faltado, y termina realizando una reflexión estremecedora, casi filosófica: “porque estaba demasiado ocupado imaginando lo que podría ser para realmente convertirme en alguien más que en un hombre que ha transformado sus fantasías en lo que él mismo es real y profesionalmente.” En el lienzo, de una galería de Gante, el artista conocido como Rinus Van de Velde realiza una gran estirada en plancha, raqueta en mano, para llegar a la bola -que no vemos-, sobrevolando el colchón de su cama, deshecha, y asegurándose una caída sobre suelo confortable.
Nº4. Autorretrato en el que pongo orden en mi colección de calzado.
El artista reconoce hacer colecciones de diversas cosas, normalmente cosas no demasiado útiles, “y cualquier objeto posible accesorio de mi mundo, listo para formar parte de una composición”. Se recrimina el comprar zapatos sin habérselos probado, lo que le origina un buen número de pares inservibles. Sin embargo, el autor afirma que "El hecho de que no me importe mucho la colección de zapatos no implica que no requiera organización". Es lienzo sobre carboncillo de 240 cm x 360 cm, y se encuentra en Amberes. En el lienzo se ve al artista sentado en un sofá y ordenando un montón de zapatos. Pasando el tiempo -¡ojo, ¿no estarás pensando en arte contemporáneo mientras ordenas tus zapatos?-.
Nº5. Autorretrato como hombre reacio.
El artista de medio cuerpo con expresión insatisfecha, o desaliñada, o disconforme, en una obra en la que pretende dar cuenta de su “sexualidad relacionada con un inversión de la libido en mi trabajo como artista”, y los problemas que esto le ocasiona con su novia. Mide 250 cm x 360 cm y está en una galería de Ámsterdam.
Nº6. Autorretrato como Ellsworth Kelly joven.
Se ve al artista en su taller, rodeado de enormes plantas con hojas enormes, con algún dibujo enorme a sus espaldas y él dibujando sobre una mesa. Pero antes de que el lector se lleve una falsa impresión de imagen velazqueña o similar advierte: “Lo que ves en este dibujo no soy yo dibujando el dibujo que tienes ante ti como puedes creer con tu meta mentalidad.” El artista nos ha desarmado en nuestra obsesión compulsiva por encontrarle una meta a nuestras ideas y percepciones. Nos ruborizamos en nuestro costumbrismo, y a continuación deshace el entuerto: "En realidad es el dibujo nº 516 de una serie infinita de estudios de plantas", que, fácil entrever, nunca tendrán fin. Y continúa haciéndose un lío seudo filosófico acerca de su complementariedad con el objeto de su estudio. Yo, sinceramente, creo que vio demasiadas veces El sol del membrillo, de Víctor Erice y Antonio López.
Nº7. Autorretrato como personaje de una de las muchas novelas clásicas que no he logrado terminar porque requería demasiado tiempo y energía.
En el lienzo, en Berlín, el autor está pelando plátanos, la puerta del refrigerador abierta, algunos plátanos asándose en una parrilla en el suelo, etc…, una fruta que odia incluso desde el sonido ridículo de su nombre. Los prepara para un grupo de soldados locos que viven en su bloque. Lo prepara de diversas maneras. El espectador, asustado por ese ejercicio paranoico, recobra el sentido de las cosas al leer la siguiente aclaración del artista: “Pero esto no es la vida real, y es una escena, sensacional, en la cual aparezco, desperdiciando plátanos, vengándome de su existencia absurda.”
Nº8. Retrato más o menos absurdo que reproduce una performance ficticia en la que gateo por el taller como un animal inquieto llevando a cuestas un demonio de Tasmania que forma parte de mi creciente colección de animales disecados.
En la obra se ve al artista gateando con un demonio de Tasmania disecado sobre su espalda. Parece que conversa con él sobre el arte contemporáneo, la verdadera obsesión del artista conocido como Rinus van de Velde: “Mientras acumulo polvo y carboncillo, describo el triste estado del arte contemporáneo a la criatura, en cierto modo ridícula, de la que no sé nada. “Sí, el arte contemporáneo, porque ¿acaso hay otro tema del que se pueda hablar?”. Claro que no Rinus, no hay otro tema, salvo el ya conocido de: ¿por qué demonios llevas un demonio de Tasmania sobre la espalda y hablas con él sobre arte contemporáneo como si estuviera vivo cuando todos sabemos que en realidad está disecado?
Nº9. Autorretrato como un ser humano de estilo casi clásicamente barroco, en el que aparezco rodeado de partes de animales –cabezas y colas- y de animales disecados.
El artista, obviamente harto de vino, está recostado entre pieles de fieras salvajes que me hacen recordar el cuadro de Goncharova del Ludwig Museum de Colonia.
Nº 10. Autorretrato de un hombre que no tiene tiempo que perder en otra cosa que no sea su obsesión por el arte contemporáneo.
El autor está sentado en la taza del váter de su estrecho baño. Las paredes del mismo están repletas de imágenes. Eso parece un santuario de ideas y de la historia del arte contemporáneo. El autor confiesa leer allí “las revistas de arte de su archivo para aprovechar la profunda concentración de ese momento solitario.” Un momento perfecto para memorizar los nombres de artistas, museos y galerías, y para... padecer hemorroides como te demores en exceso.
Nº11. Autorretrato como aficionado a los deportes que mira la final de Wimbledon grita un ensordecedor “¡no!” ante la televisión porque su jugador favorito está perdiendo el partido.
Es un dibujo al carboncillo sobre lienzo de 250 cm x 370 cm que está en Ámsterdam. La gran incógnita es evidente: ¿quién es su jugador favorito, Nadal o Federer? Luego el artista reconoce la posesión de unos poderes mágicos según los cuales puede variar el curso de un acontecimiento deportivo según su antojo. Para confirmar esta particularidad de su ser desecha aquellos partidos en los que pierden sus equipos preferidos y se queda con los que han ganado. ¡Pero si es verdad! ¿Acaso a veces no nos sorprendemos estirando la pierna en el momento en que un jugador va a chutar, o gritando a viva voz que la pase, que la pase, ¡por dios!? Al final todos vamos a tener esos poderes, ya verás.
Nº12. El escultor enfadado, autorretrato en el que visito mi taller anterior y debo enfrentarme a los vestigios de mi vida pasada como escultor.
En este enorme lienzo –como los 10 anteriores- el artista conocido como Rinus Van de Velde aparece en su antiguo taller rodeado de esculturas de mármol o yeso, con cara de pocos amigos. El autor reflexiona sobre si alguna vez retomará esta actividad, incluso, reflexiona sobre la nada desdeñable posibilidad de que la obra escultórica que hiciera años atrás no esté tan mal después de todo.

Salgo del CAC. Van de Velde medita –y nos hace meditar- continuamente sobre el arte contemporáneo pero hay que reconocer que su arte bebe más bien de fuentes clásicas. Dibujo realista, carboncillo, autorretratos, mirada egocéntrica… Los textos del artista a pie de cada lienzo son magistrales, ¡me gustaron más que los dibujos! Por otro lado, los dibujos son portentosos, de una intensidad increíble. El gran poder mágico de Van de Velde no es el de amañar partidos -como él piensa- sino el de crear una ilusión óptica extraordinaria a partir de unos recursos aparentemente sencillos y que viran al alejarnos de la escena, cobrando la imagen una vida sobrecogedora. Posiblemente sea Van de Velde uno de los mayores pensadores creativos de la actualidad -junto a, se me ocurre por ejemplo, Daniel Richter, podría liderar una avanzadilla profigurativa-, y esta exposición quizás sea una de las pocas muestras actuales que nos hagan concebir algunas esperanzas sobre el arte del futuro, y pienso, quizás, un flamenco ha recogido por fin el relevo de los Van Eyck, Van der Weyden y demás, pienso, en mi ingenuidad -llevado por la euforia del momento-, de que quizás el arte no termine agonizando en las manos de unos cuantos que dirigen el mercado y entre multitud de performances grotescas -por cierto, en la última exposición del MPM olvidaron mencionar y exponer el carácter grotesco de alguna performances e instalaciones.
Luego me digo, bien, Van de Velde es un artista joven, se le ve con ganas de trabajar pero al fin y al cabo, ¿qué ha hecho por el arte moderno? ¿adónde le han conducido todas sus meditaciones sobre arte contemporáneo con su demonio de Tasmania disecado y todas sus lecturas en el WC de casa? Independientemente de su técnica avasalladora y su trazo impetuoso, en Van de Velde vemos a un artista preocupado por abrir nuevos horizontes. Que lo consiga es otra cuestión. En su ánimo parece estar el de interaccionar con el espectador no sólo a través de su obra plástica sino también gracias a sus excelentes textos de presentación de dicha obra. Unos textos en los que se burla del artista mismo, de las performance (¡mira por dónde!), de la obra de arte total, de la interpretación crítica en el mundo del arte, de la desmitificación del mundo del artista, etc..., y todo esto lo hace, al parecer, con unos simples carboncillos y unos lienzos blancos enormes -amén de alguna que otra ayuda fotográfica, pero bueno, ¿quién está libre de culpa, Vermeer, Caravaggio...? David Hockney con su El conocimiento secreto ya nos avisó-. Todas estas circunstancias supongo no le harán mucha gracia a los expertos que verán así reducido su campo de disertación -vamos a ver, señor Van de Velde, si usted explcia sus dibujos, ¿qué hacemos nosotros los críticos de arte? parecen decir-. Aunque, por otro lado, esto mismo les dará tema sobre el que escribir.
Aquí la presentación de la exposición en la web del CAC: Rinusvandevelde
También se puede descargar de ahí la hoja explicativa de sala: Hoja de sala
En la web del artista se pueden leer en inglés todos los textos que acompañan a la obra del CAC: web de Rinus Van de Velde

lunes, febrero 04, 2013

La Virgen del rosal. Stefan Lochner.


Historias renanas (II): Lochner en Colonia.

Cuenta Gombrich en su Historia del Arte como, si en Italia artistas como Fra Angélico y Benozzo Gozzoli utilizaron las innovaciones que había incorporado Masaccio con el espíritu del siglo XIV, en el Norte algo parecido sucedió con algunos artistas que aplicaron los descubrimientos de los Van Eyck. Uno de esos pintores fue Stefan Lochner (1410?-1451).
Según Ehrenfried Kluckert, Lochner, procedente del Lago de Constanza (Meersburg), llevó a su culminación la pintura gótica de Colonia. Su primera aparición en esta ciudad data de un documento de 1442, donde finalmente murió, a causa de la peste en 1451.
Gombrich hace una interesante comparación entre La Virgen de la rosaleda y el Díptico de Wilton (en la National Gallery de Londres). Aunque Gombrich ve claramente en este "delicioso cuadro", que Lochner conocía la obra de Jan van Eyck (la Virgen, "rodeada de angelitos que tocan instrumentos musicales, esparcen flores y ofrecen frutos al Cristo niño"), afirma que el cuadro de Lochner se halla más cerca del Díptico de Wilton que de van Eyck. Pronto se apresura a señalar diferencias entre estos, como si temiera haber metido la pata, es decir, "advertimos en seguida que el último maestro ha aprendido algo que presentó dificultades al pintor más antiguo. Lochner podía sugerir el espacio en el cual, en un trono cubierto de hierbecillas, se hallaba la Virgen". Según Gombrich también parecen las figuras del Díptico un tanto planas comparadas con las del Lochner. Otro mérito de Lochner fue el de crear una especie de escenario utilizando además una herramienta próxima al trampantojo, pues dos angelitos sostienen una cortina que parece colgar del marco.
La influencia de van Eyck puede ya apreciarse en el anterior Retablo de la Pasión, realizado después de 1435, según Kluckert por su "dramatismo y cruda realidad". Es, sin embargo, en su obra maestra el Retablo de los Reyes Magos (en la catedral colonesa desde 1810), pintado a comienzos de los años 40 para la capilla de la Virgen, donde Kluckert ve similitudes con el Políptico de Gante, terminado poco antes por Jan van Eyck. Según esta afinidad, Kluckert confirma una "estrecha relación entre los talleres coloneses y los del Bajo Rin y Flandes".
Este Retablo de los Reyes Magos es una pintura al temple sobre madera cubierta en parte de lienzo. La tabla central mide 260 x 285 cm y las alas 261x142 cm. Se encuentra en la Catedral de San Pedro y Santa María en Colonia, con la que uno se topa nada más salir de la estación de trenes. Después de una semana en Colonia puedo acreditar que me fue imposible ver el Retablo pues cuando hay Oficio el lugar donde está ubicado no es accesible y sólo puedes ver a lo lejos unas figurillas, más bien adivinarlas. 
Sí pude contemplar la Virgen del rosal, técnica mixta sobre madera según Kluckert, óleo sobre tabla según Gombrich, de 51x40 cm, en las magníficas instalaciones del Wallraff-Richartz Museum.
Fue este tipo de imágenes el que cautivó a los críticos del XIX como Ruskin, nos cuenta Gombrich, y a pintores de la Hermandad prerrafaelista. En ellas vieron “el encanto de una piedad sencilla y de un corazón infantil”. Este  pretexto es muy entrañable, pero ¿acaso no apreciamos lo mismo en una Madona con niño de Rafael, o de Perugino? Luego Gombrich escribe algo que no entiendo bien: “Esas obras son tal vez tan encantadoras para nosotros porque, cansados del espacio real en los cuadros, así como del dibujo más o menos correcto, resultan más fáciles de comprender que las obras de los maestros medievales más antiguos, cuyo espíritu, no obstante, se mantiene en ella.” Creo que debe ser un error en la traducción ya que donde debería decir cansados quizás sería mejor emplear el término “habituados” o “acostumbrados”, porque si estuviéramos cansados de esos aspectos señalados es lógico pensar que el arte medieval nos agradaría más precisamente por su condición novedosa. También se me escapa en mi ignorancia qué habrá querido decir con eso del espíritu de las obras medievales. Ya se refiere al espíritu del XIV en el primer párrafo de este comentario. Puede referirse al uso excesivo del pan de oro, que convierte en bidimensional todo lo que toca, o en el recatado intento de perspectiva, situando a la Virgen en una especie de cubículo. O a lo mejor se refiere al tamaño menudo de angelitos con respecto a la Virgen, en un uso claramente gótico del tamaño de las figuras en relación a su importancia dentro del cuadro. Y en este aspecto es incluso más moderno el Retablo de los Reyes Magos, donde los representados guardan más o menos una equivalencia dimensional, rota quizás con la excusa de la profundidad. Es curioso apuntar que a simple vista parece ausente uno de los Reyes. Tampoco Jan van Eyck había logrado una liberación total de algunos aspectos góticos en su propio Políptico, es una época de transición en la que se están asimilando aún los importantes logros de perspectiva de Masaccio, como ya había señalado Gombrich.
Kluckert se ufana en reconocer la maestría inigualable alcanzada por Lochner en la Virgen del rosal, una maestría conseguida en este cuadro de forma más reveladora que en el Retablo de los Reyes Magos: “El fondo dorado se disuelve en pinceladas finísimas y está estructurado por sublimes ornamentos de ramas y rosas. Bajo la túnica azul oscuro de la Virgen se extiende una suave alfombra de hojas, hierbas y flores. Los ángeles músicos dan contraste formal y de color.” Antes se mencionaba a estos ángeles como deudores de la obra de van Eyck, pues es precisamente en el Políptico de Gante o La adoración del cordero místico donde hay en los laterales con los postigos abiertos dos escenas de músicos, unas figuras que se encuentran a años luz estilísticamente de los angelitos de Lochner, todo sea dicho. Si buscamos interpretaciones cabalísticas seguro que encontraríamos alguna de ellas en la colocación y número de los ángeles. Tres sujetando la cortina en la parte superior, tres a cada lado de la Virgen, y cuatro músicos en dos parejas. Es por tanto una colocación simétrica con uno central en la parte superior y con un total de 12+1 ángeles, por tanto. A mi lo que más me seduce de este hermoso cuadro es el rostro de la Madona, de una belleza hipnótica e inquietante, así como la virtuosa elaboración de los pliegues del manto de la Virgen, sobre un tono que parece antesala del célebre "azul Patinir".
Como ya he dicho Madonna im Rosenhag se puede visitar en el Wallraf-Richartz Museum, en pleno centro de la ciudad de Colonia, a unos diez minutos a pie de la catedral, donde se encuentra el Retablo de los Reyes Magos.
wallraf.museum
En este museo se pueden encontrar admirables obras de otros maestros como Durero -El pífano y el tamborilero, casualmente en la retrospectiva de Nüremberg en junio de 2012-, Rubens, Rembrandt o Munch. Además se pudo presenciar el verano pasado una fantástica exposición temporal de grabados de Hendrick Goltzius titulada Artisten der Linie. Me gusta cómo empieza el apartado de este museo en el librito promocional Cologne Museums: "¿Quién decide qué, cuándo y por qué el Arte es moderno?".

Kovalski©2012