jueves, marzo 14, 2013

De Azúa, Kiefer y el poco talentoso Van Gogh.

"Crítico: No confundir ni con el sabio ni con el profesor. El crítico, a diferencia del sabio que lo sabe todo y del profesor que sabe algo, no sabe absolutamente nada, pero está informado."

Dice el novelista y filósofo y crítico Félix de Azúa (Barcelona, 1944) "llevamos más de 30 años sin arte". Es el demoledor titular de su entrevista en la revista El cultural del 11 al 17 de enero de 2013. También dice que Van Gogh tenía “muy poco talento” -sic-.
En líneas generales Azúa llama la atención sobre el aspecto teórico de la pintura, que cobra mayor relevancia en la época postmoderna -yo añadiría que a veces es lo único que contienen las obras-, por ejemplo Azúa dice: "Posmodernidad quiere decir desaparición del objeto. Y la aparición del concepto. Un arte puramente intelectual, con una apariencia que a veces hace reír a la gente, pero que es el arte más superintelectual que ha existido".
Bien, conseguir la risa de la gente no es el propósito de la obra de arte contemporánea –generalmente-, se le olvidó puntualizar a Azúa. “Superintelectual”, releo incrédulo.
Básicamente para Azúa el arte ha muerto, o al menos está muerto: "Mi dictamen es que estamos en un momento muerto, que llevamos mucho tiempo, desde los 80 del siglo pasado, es decir, 30 o 40 años, sin arte, en el sentido de que no hay ninguna manifestación artística que encarne un pensamiento interesante".
Me digo, demonios, si eso fuera así, si el arte no estuviera ligado a ningún pensamiento –ningún pensamiento interesante para Azúa, que no sabemos muy bien qué tipo de pensamiento será-, sería grandioso, ¡la revolución! existiría un arte sin pensamiento alguno, extraordinario, me digo, lo nunca visto, el arte por el arte, sin contaminaciones ideológicas o subterráneas. Lamentablemente Azúa no lleva razón -véase por ejemplo la obra de Ai wei Wei-. Bueno, no quiero entrar en polémicas estériles -en realidad sí quiero, pero el motivo de esta entrada era otro. Por otro lado, me llama la atención esa extraña indefinición del período de tiempo que, según el filósofo, llevamos sin arte, 30 o 40 años.
Afortunadamente tampoco lleva razón en que el arte esté muerto, Azúa no decide cuándo está o deja de estar muerto el Arte, créanme –y si estuviera muerto sería simplemente “arte muerto”, es decir, otra forma de arte.
"Este fenómeno, a saber, que todo lo alabado por la crítica es transitorio y carece del menor valor no actual, y que casi todo lo denigrado y olvidado por la crítica tiene posibilidades de permanecer, constituye un tópico de la modernidad desde Baudelaire."
Ya lo veo claro, dentro de unos años la época muerta de Azúa será considerada la más creativa de los últimos siglos. Bravo por Azúa.
Pero aquí están las opiniones más discutibles de un crítico en los últimos 30 (ó 40) años de democracia artística:
Yo tengo mis favoritos, como Anselm Kiefer, Richter, y otros, pero yo sé que ellos están muertos, yo sé que sus obras de arte, carísimas, importantísimas, ya no representan nada. El primer Kiefer, el de los años 70, era un pintor que arriesgaba (venía del conceptual) y hacía una pintura que sangraba. Ahora es ornamental. Sin riesgo el arte no interesa. Mejor dicho, no hay arte sin riesgo."
El riesgo, pienso, pero ¿qué es el riesgo? Y ¿acaso todo el arte no tiene un componente ornamental inevitable?
Su información le permite dar cuenta (a favor o en contra, nunca objetivamente, nunca informativamente) de lo que se va produciendo. Su información atiende a lo actual: es un experto en actualidades. Si una obra de arte le parece actual dice que es buena, si le parece inactual dice que es mala. Con ello consigue alabar tan sólo aquello que carecerá de interés al cabo de un par de meses.” El nuevo Kiefer es innactual, es malo, concluyo.

Paisaje en el crepúsculo. Van Gogh.
Sigue Azúa: "El arte y la filosofía no requieren ni excesivo talento, ni excesiva inteligencia, lo que requieren es coraje. Son dos actividades que sólo se pueden llevar a cabo con una enorme cantidad de valentía. Por ahí se empieza. Fíjate en Picasso, tal vez el mayor talento pictórico desde Rubens, pues bueno, se ha quedado ahí, en Rubens, un productor de toneladas de formas, de colores, para mi con poco interés. En cambio, una persona limitadísima, con muy poco talento, pero con un coraje tan grande como Van Gogh, hace una pintura que... si entiendes de qué va la pintura, hace llorar. Eso es pintura. El dolor en estado vivo.“
Digamos que Azúa juega con la ventaja de usar dos términos heterogéneos, ambiguos, deudores de una inevitable subjetividad como son el riesgo y el talento. Intentemos aclarar algunas cosas (¡ah, la filosofía del coraje, Wittgenstein, ese hombre encorajinado!). De acuerdo, Félix, digamos que tus favoritos son Anselm Kiefer y un tal Richter (¿Gerhard o Daniel?), pero ahora Kiefer es ornamental y ya no te interesa, entonces ¿es tu favorito o ya no te interesa? Otra cosa que me ha hecho pensar. Según usted Picasso es el mayor talento pictórico -sin coraje, supongo- desde Rubens -de un plumazo Azúa elimina de la Historia del Arte a Velázquez, Rembrandt, Vermeer, Cezánne, Monet,...-, pero ya no le interesa Picasso, uf, Picasso, qué tostón, la obra del artista del siglo XX con más fases creativas, más arriesgado, más productivo, más laureado –por los demás artistas, ¡Pollock!, para que no haya equívocos- se resume en sólo colores y formas, bah, qué obviedad -¿no visitó Azúa el MPM?-, ... –qué se le puede pedir más a Picasso, me pregunto, ¡hasta convenció a los grandes museos de que expusieran sus cerámicas horteras! A no ser que Azúa entienda por talento el ingenio de comerciar con su producción, entonces sí, desde Rubens no ha habido un talento como el de Picasso.
Ahora es cuando viene lo sangrante, esto sí que es sangrante y no las obras de los setenta de Kiefer (de las que me ocuparé otro día), me digo, así que usted sostiene que Van Gogh fue una persona con muy poco talento. Y me digo, y para ser crítico, ¿es necesario el talento o es suficiente el coraje? Es decir, no sólo es que Van Gogh no tuviera el talento de los más agraciados por el talento sino que, según usted y surrealistamente, tenía MUY POCO talento. Llamo escandalizado a mi hermano “pirlosky” y se lo comento, el muy cobarde no quiere dar una opinión, respeta mucho a Azúa –ah, quién recuerda aquellos tiempos en que yo mismo lo veneraba por su influjo y a causa de novelas como Historia de un idiota contada por él mismo, ejem, sin ánimo de señalar, y Mansura-, me contesta pirlosky que habría que saber a qué se refiere Azúa con "talento". Demonios, pues al talento, le digo, y Van Gogh es, ha sido, y será uno de los mayores talentos de la historia de la pintura, y este Félix de Azúa un ¿provocador?, no sabría describirlo. Los críticos a veces necesitan tener más protagonismo que el propio Arte, y que los artistas, también, por supuesto. Así que llevamos 30 años (ó 40, ¿o habrá querido decir 37,5) sin arte, ¿quiénes llevamos 30 años sin Arte? ¿Los críticos? ¿Los artistas? ¿El público? ¿O sólo Félix de Azúa?
Quisiera decir desde esta humilde atalaya que a Van Gogh no hay que descubrirlo, su genio es reconocido en todos los tratados de historia del arte. Pero por si fuera necesario recordárselo a Félix de Azúa reproduciré algunos testimonios.

Ventana en el estudio. Van Gogh.
Por ejemplo, leamos lo que escribe Gombrich en su Historia del Arte sobre las cartas de Van Gogh a su hermano Theo:
Estas cartas, escritas por un hombre humilde, un artista casi autodidacta, que no tenía idea de la fama que iba a alcanzar, figuran entre las más emocionantes y sugestivas de toda la literatura.”
Para ser un artista exclusivamente de coraje (¡se comía sus pinturas!) se le dio bastante bien, creo que no tiene ni un solo cuadro de sus últimos tres años que se considere algo menos que magistral.
Continúa Gombrich: “Todos los cuadros sobre los que descansa su fama fueron pintados durante tres años interrumpidos por crisis mentales y espirituales. Es evidente que Van Gogh no se proponía principalmente una correcta representación. Exageraría e incluso acentuaría la apariencia de las cosas si esto convenía a sus fines. No se preocupó mucho de lo que llamaba la realidad estereoscópica.”
Todo parece indicar que la afirmación de Azúa parte de la supuesta falta de habilidad de Van Gogh –no dibujaba como Miguel Ángel, de acuerdo, ni siquiera como Millet o Delacroix, tampoco tenía la pincelada de Rembrandt, el claroscuro de Caravaggio, la imaginación de Velázquez, pero ¿acaso lo necesitaba? Lo que resulta sorprendente en un reputado estudioso del arte es que exija un academicismo trasnochado a uno de los artistas más visionarios del XIX –además, cualquiera que conozca los dibujos de Van Gogh adivinará tras su aparente tosquedad la impresionante huella del genio, eso es talento, y no coraje -claro que Azúa puede contravenir, "no, es coraje",  y yo, "es talento", y él...
Algunos pueden pensar que el talento de Van Gogh no es tal, que sus composiciones desordenadas, su colorido irreal, su paleta pastosa y su pincelada enérgica son producto de su enfermedad, lo cual revestiría de cierto halo de misticismo toda su obra –ideal para un biopic de Hollywood. Revisando la Historia del Arte de Salvat se lee: “A pesar del triste sino de Van Gogh, nunca su arte revistió las características que son generalmente consideradas como propias de las pinturas de los locos. Si es cierto que su estilo muestra muchas veces una exaltada fogosidad, no lo es menos que siempre se apoya en un previo análisis realizado minuciosamente.”
Y acudiendo a las cartas propiamente dichas encontramos un pasaje de la Carta 524 F (en la traducción del francés de Víctor Goldstein), cuya lectura recomendaría a Azúa, trata sobre el asunto del riesgo, del conservadurismo, y del ejercicio oportunista de la crítica, un tema complejo y espinoso como para categorizar sobre él, señor Azúa: “Lo que más me emociona en “La obra” de Zola es esa figura de Bongrand-Jundt. Es tan cierto lo que dice: “¿Acaso creen, desdichados, que cuando el artista ha conquistado su talento y su reputación, entonces está a cubierto? Al contrario, entonces en adelante, le está prohibido producir una cosa no del todo bien. Su misma representación lo obliga a cuidar tanto más su trabajo cuanto que las posibilidades de venta escasean al menor signo de debilidad toda la jauría celosa le cae encima y demuele precisamente esa reputación y esa fe que un público cambiante y pérfido momentáneamente posó en él.” Quiero leer ese libro de Zola, ¡ya!
No le discuto a usted que Kiefer esté estancado, y tampoco que seguramente a usted ya no le interesa, incluso diría que la obra que expuso Kiefer en el Louvre hace unos años –y que pude contemplar in situ, eran un churro de padre muy señor mío, como suele decirse-, pero vamos a ver, la obra de un pintor tiene que renovarse cada cuánto, ¿cada vez que al señor Azúa le apetezca pasearse por la Hamburguer Bahnhof de Berlín? ¿No le vale al señor Azúa lo que ha hecho Kiefer hasta ahora y la obra potencial que de él se puede esperar –está muerto el arte de Velázquez? Me pregunto qué valor puede o debe tener la opinión de un crítico -después de pensarlo me siento, temblando. ¿No ha considerado Azúa que la opción actual de Kiefer sea el riesgo de la ornamentación, el riesgo de que los críticos lo tachen de “arte muerto”? ¿No piensa Azúa que a veces arriesgar puede ser conservador y no al contrario? ¿No piensa Azúa que arriesgar no implica obtener una obra de calidad? ¿Que por mucho que yo arriesgue en el taller de mi casa, y por mucho coraje que tenga, ¡un montón de coraje!, nunca haré una obra que le haga sombra a la piltrafa más inmunda que salga de las manos de Kiefer –acaso no vio Azúa la peli "Aquiles y la tortuga" de Kitano? Pero qué juego es éste del talento y el coraje, señor Azúa –y es que ya me he puesto nervioso y no sé ni lo que escribo, si sobre el estancamiento de Kiefer, el coraje de Van Gogh o la falta de talento de ambos, y lo mezclo todo, y me mareo -¡hasta me pueden tildar de demagogo!, pero contestaré ¡sólo hago demagogia de la demagogia!. En el pasaje de Zola que cita Van Gogh le he visto a usted retratado, señor Azúa, y retratado grotescamente, la poca huella que deja en usted la última obra de Kiefer le ha conducido a despellejar a Kiefer, ¡hasta lo ha considerado muerto! Sólo se me ocurre una palabra para las conclusiones de Azúa en esta entrevista: simplismo.
"El crítico es una criatura del nihilismo. Uno de los mayores fabricantes de nada, en una sociedad insaciable de apetito de nadería."
De todas formas quería informar a Azúa que no se preocupe por Van Gogh y su nula repercusión mediática en vida, él mismo escribió: ”Yo le tengo horror al éxito, temo el día después de la fiesta de un éxito de los impresionistas, ya desde ahora, los días difíciles más tarde nos parecerán “el buen tiempo”.” En Jakob von Gunten de Robert Walser se podía leer al protagonista decir: "... los éxitos tienen por única e inseparable compañía la dispersión y unas cuantas cosmovisiones baratas."
También quería presentarle un extracto de otra carta enviada a su hermano Theo en la que se puede comprobar la falta de sensibilidad artística, el bajísimo nivel de percepción pictórica, y el poquísimo talento de este hombrecillo de pelo rojo: “El restaurante en el que estoy ahora es bien curioso. Todo esto es de un gris Velázquez –como en las Hilanderas-, ni siquiera falta el rayo de sol muy delgado y muy violento a través de una persona, como el que atraviesa el cuadro de V. Naturalmente las mesitas con manteles blancos. Ahora detrás de ese apartamento gris Velázquez se divisa la antigua cocina como una cocina holandesa, piso de ladrillos muy rojos, legumbres verdes, armario de roble, horno de cocina con planchas de cobre relucientes, ladrillos azules y blancos, y el gran fuego anaranjado claro.” Pero si Van Gogh no necesitaba haber pintado un solo cuadro para haber pasado a la posteridad, deje a Van Gogh en paz, y no lo use para colocar titulares escandalosos, señor crítico, filósofo, novelista y oportunista -y que conste que lo admiro.

Nota: las citas en negrita y cursiva pertenecen a la entrada “Crítico”, del Diccionario de las Artes, de Félix de Azúa.